lunes, 3 de octubre de 2016

Como el beso de una sirena

Como el beso de una sirena








Jornada de la Excelencia francesa, embajada de Francia, Madrid.



-Por la noche mirarás las estrellas; mi casa es demasiado pequeña para que yo pueda señalarte dónde se encuentra. Así es mejor; mi estrella será para ti una cualquiera de ellas. Te gustará entonces mirar todas las estrellas. Todas ellas serán tus amigas. Y además, te haré un regalo...
Y rió una vez más.
-¡Ah, muchachito, muchachito, cómo me gusta oír tu risa!
-Mi regalo será ése precisamente, será como el agua...
-¿Qué quieres decir?
-La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios las estrellas son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas se callan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido...
-¿Qué quieres decir?
-Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú sólo tendrás estrellas que saben reír!
Y rió nuevamente.
-Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: "Las estrellas me hacen reír siempre". Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada...
Y se rió otra vez.
-Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben reír...

La despedida. El Principito.
Antoine de Sint-Exupéry







LA BOCA DE LA SIRENA


Tomé entre mis dedos la ostra, recién abierta por el maestro abridor de ostras de Ostras Sorlut. La miré, me miró, mientras que al menos seis pares de ojos nos miraban a nosotros dos.

Se me había ocurrido decir que nunca jamás en la vida había probado una ostra, y que una vez, hace muchos años, tuve una a pocos centímetros de mi boca, sin que finalmente llegara a pasar de allí. De modo que la expectación a mi alrededor era considerable.

No lo pensé mucho más. Ya no había marcha atrás, y cuando algo está decidido, es como si ya estuviera hecho, y lo hecho, hecho está, aunque te arrepientas de ello, por lo que no tenía sentido retrasar más el momento.

Abrí la boca y, tirando de la ostra un poco con los dientes para acabar de despegarla de su concha, me la metí en la boca de un sorbo.

-¡Muérdela! –oí a alguien ordenar a mi izquierda.

Y yo, obediente y cada vez más desconcertado, mordí.

Fueron unos momentos intensos, quince o veinte segundos de sensaciones nuevas, desconocidas para mí, sensaciones olfativas, gustativas y, sobre todo, táctiles.

-¿Te gusta? –me preguntó una voz a mi derecha.

Tragué, mientras con el dedo índice en alto rogaba paciencia.

-Es… –Intenté buscar una expresión, al menos una sola palabra, que definiera lo que me había parecido esta nueva primera vez en mi vida, a mi edad. Y la encontré, aunque, haciendo memoria hoy, no consigo recordar si llegué a pronunciarla en voz alta, o no-: Es… Como sería darle un beso profundo a una sirena de labios jugosos y lengua ávida, con boca llena de fresca y salada saliva de agua de mar.



EMBAJADA FRANCESA


Este cuento francés comenzó unos días antes, cuando recibí la invitación para asistir a la inminente Jornada de la Excelencia Francesa. Me la enviaba M. Gilles Huss, responsable de la organización del acto (que tendría lugar en los jardines de la embajada francesa en Madrid) y director de la empresa Vinofilia, y estaba firmada por los representantes de la excelencia francesa y por S.E. Yves Saint Geours, Embajador de Francia en España. Y me la enviaba de parte de alguien a quien yo conocía ya, desde hace tiempo, por haber coincidido con ella y haber departido acerca del vino, la vida y todo lo demás, en otras presentaciones enoculturales: Rose-Michelle Bensadon.

Sin lugar a dudas, se trataba de una proposición que me resultaba imposible de rechazar.

Se trataba de una muestra de empresas y productos franceses importados en Madrid por Vinofilia: quesos, patés, charcutería, caviar, ostras, chocolate, vino… y el producto por el que se conoce a Francia en el mundo entero (y por el que se conocería a este mundo si lo estuviesen catalogando los hipotéticos habitantes de algún otro), ese producto que aún siendo vino, no lo es, porque es mucho más que sólo vino: el vino lleno de estrellas, el champagne.

No podía rechazar la oferta, y no la rechacé, confirmando de inmediato la asistencia.

En este punto, otro asunto que tuve que considerar fue una discreta línea al final de la invitación que rezaba: Dress code: chaqueta sin corbata.

Y es que el tema de la vestimenta es algo a lo que no siempre se presta la adecuada atención, más allá de asegurar aspectos básicos como circunstancia, armonía, limpieza o plancha, ignorando, generalmente, algo tan fundamental como es el motivo.

Y el motivo puede ser no solamente la razón por la que uno elige tal o cual camisa, chaqueta, corbata o zapatos, sino también el estado de ánimo que lleva a ponerse una u otra cosa encima. En mi caso, desde hace un tiempo dejo a mis propias emociones elegir las prendas de vestir del día, de igual manera que tomo un vino, y no otro, según me siento cuando llego a casa por la noche.

En este caso, obediente con el dress code y analizando cómo me sentía al pensar en que iba a asistir a este acto en concreto, opté por vestir pantalón chino de color crema, camisa blanca de cuello congregado con adornos azules, americana azul noche de algodón y zapatos bicolor de entretiempo, beige y marrón, con suela blanca. Un conjunto algo pintón pero adecuado para pasar casi desapercibido en los jardines de la embajada de Francia y cumplir con el requisito indicado en la invitación, sintiéndome anímicamente, al mismo tiempo, como planta en su propio tiesto.

El catálogo de la muestra era bastante extenso, aunque no excesivo:

El Atelier de las Flores (artistas florales, para la decoración de eventos), Caviarworld con su Caviar Baïkal (elaborado en Francia con esturiones rusos siberianos), Los Quesos de l´Amelie, Ostras Sorlut, charcutería La Tasca de Artagnan y Saveurs de France, chocolates Valrhona, y los vinos y champagnes de Vinofilia, FAP Grand Cru y Sanger. Adicionalmente, se contó con la presencia de los restaurantes franceses en Madrid Le Petit Prince, Petit Comité y By The Way.

En esta ocasión, y a causa del poco tiempo que mis obligaciones laborales me dejaron libre en este mediodía de luminoso casi otoño madrileño, no pude acercarme más que a una brevísima, pero exquisita, selección. Por supuesto, podría haberme extendido menos en cada parada que hice, y haber así podido conocer todos los productos exhibidos en las decoradas carpas, pero no lo hice así. Y gran parte de la responsabilidad de esta decisión (que de ninguna manera lamento ahora, porque creo firmemente en la sabiduría popular cuando afirma que quien mucho abarca poco aprieta) fue de M. Yves Sanvoisin y la Maison de la que es Embajador en España, Champagne Sanger (“Herencia y Porvenir de la Champagne”), que me convencieron en pocas palabras y un solo sorbo, respectivamente, de que iba a valer la pena detenerme en aquel primer lugar en el que recalé, nada más pisar el césped, fresco y húmedo, de los jardines de la embajada.



Primero, la conversación con Yves Sanvoisin

Dado que la historia me la contó directamente M. Sanvoisin, y que lo más que podría hacer yo ahora sería intentar reproducir sus palabras del modo más ajustado posible, creo más oportuno transcribir dicha historia directamente de la web de Champagne Sanger en España, que será mucho más fiel al no depender de mi propia memoria.

“Corre el año 1919. La francesa región de Champagne, devastada por la phylloxera y la primera Guerra Mundial, debe reconstruir su patrimonio regional y se pone manos a la obra. La solución más evidente es continuar con el cultivo de la vid y para ello surge la necesidad de formar a las nuevas generaciones de viticultores.

Invadidos por su gran espíritu emprendedor, el matrimonio de comerciantes en Champagne, Louise Eugénie y Jules Arthur Puisard, que no tenían hijos, donaron sus numerosos bienes (capital, edificios, bodegas, terrenos) con una única condición: que fueran destinados a la apertura de una escuela en Avize.

Una donación que en 1919 dio como resultado el nacimiento de la Escuela de Viticultura de Avize, conforme a los deseos del matrimonio.

25 años más tarde, en 1952, 16 generosos viticultores formados por esta escuela decidieron acarrear una parte de sus vendimias, con el fin de permitir a los estudiantes y así a las futuras generaciones de viticultores, a aprender la elaboración del Champagne. Así nace la Cooperativa de los antiguos alumnos de la viticultura y con ella el Champagne SANGER.

Por eso, la voluntad de Champagne Sanger es poner en valor esta singular identidad que le caracteriza y que le permite afirmar que es el único champagne capaz de reunir tal riqueza de «savoir faire», de patrimonio y diversidad del terruño.”


Mientras tanto, los champagnes

Hacía calor, aquel día, y a pesar de la sombra de las inmensas sombrillas abiertas sobre nosotros, el sol y el dress code no daban tregua. Y qué mejor manera de refrescarse y escuchar tan cautivadora historia que amarrado a la cintura de una alta y estilizada copa de champagne, llena de champagne Sanger.

O mejor, más de una:

Tango Paradoxe. Brut Rosé (Chardonnay y Pinot Noir)

Afrutadísimo, ácido de chicle de fresa ácida, refrescante, muy sabroso, lleno de chispitas y caricias y risas y gritos de placer al oído, y muy, muy largo, como el recuerdo de algo que no deja de vivirse cada día.

Terroir Natal. Brut Blanc de Blancs Grand Cru (Chardonnay)

El blanco joven es jovial y divertido como el rosé, pero algo más seco y denso, permaneciendo en la boca minutos y  minutos, aguantando, esperando impaciente la llegada del siguiente sorbo que le vaya a relevar.

Prestige Ultime. Brut Millésimé 2008 Grand Cru (Chardonnay)

El tercero es la evolución del anterior, mostrando en cada trago un dilatado sabor final a mantequilla, bollos y pan. Una delicia para tomarlo al abrir los ojos en la cama, seguir con ello al desperezarse, y seguir y seguir durante todo el día, hasta la noche, cuando llegue la hora de tomar más.


Después, champagne y caviar

Una vez alguien me sugirió tomar caviar con vodka, aunque son tan pocas las ocasiones que he tenido en mi vida de tomar caviar (la penúltima fue hace ya unos pocos años, y lo que había como acompañamiento era champagne) nunca he tenido ocasión de seguir la sugerencia.

Así que no sé qué tal iría el caviar con vodka, pero sí que sé que con champagne Sanger, el caviar Baïkal se llevó muy bien, en una armonía total en la que el punto salado del caviar se fusionó con el dulzón de la crema añadida y el punto tostado de la tostadita que lo sostenía.


Más tarde, Vinofilia

Después de una amistosa conversación con Rose-Michelle (de la que me gustaría destacar -por si alguien no lo sabe- que su madre, Chinita Rivero, fue una famosa cantante de ritmos calentitos (bolero, cha-cha-cha, calipso…) y vida fascinante, allá por los años 50) nos acercamos a la carpa de Vinofilia, donde caté su vino blanco:

Côtes de Provence Secrète blanc 2015 (Rolle)

Una variedad que no conocía, la Rolle, que da lugar a un vino ligero, breve, fresco e intenso mientras dura, seco, y con un matiz a algo desconocido, exclusivo, que no había percibido nunca en ningún vino, y que mientras no vuelva a probarlo, con más tiempo, sólo puedo describir como un sabor que me recordaba a flores blancas y especias, y que provenía de arriba del paladar, cayendo hacia abajo en la boca.

A propósito, una sugerencia: no dejen de escuchar las canciones de Chinita Rivero. No he dejado de hacerlo mientras escribía este texto, y les aseguro que disfrutarán si permiten que su voz vibrante y grave y profundamente exótica (en particular en las canciones en francés) les acompañe.


Luego, Ostras Sorlut, la primera vez

Además de la Rolle y mi visita a la embajada francesa (y a cualquier otra embajada), la sesión tuvo otra primera vez que me vuelve a hacer recapacitar acerca de lo sorprendente que es esta vida en la que nunca se sabe lo que va a pasar y que, superados ya los diez lustros, aún me concede ocasiones de vivir primeras veces.

En esta ocasión, la primera vez fue comer una ostra por primera vez.

De la ostra (probable cuna de una de las joyas más deseadas de la naturaleza) se han dicho muchas cosas: que es un manjar único, de sabor y textura inigualable, que es plato de reyes, que cuánta hambre debía de tener el primer hombre que se comió una ostra… Pero cualquier cosa que se diga o se piense de ella no es nada comparado con el acto físico de comerse una.

Como decía al principio, cuando llegó el momento no sé si llegue a decir lo que pensaba, esa imagen que me vino a la imaginación al metérmela en la boca, o si sólo fue que pensé en voz alta con la boca aún llena de ostra, pero de lo que estoy seguro es de que jamás olvidaré ese instante en el que sentí toda su gelatinosa textura rellena de agua de mar, su sabor salado, fuerte, intensísimo, a mar y a todo lo que éste contiene (mariscos, pescados, algas, sal…). Pero sobre todo, recordaré siempre su textura. La textura de una ostra es algo incomparable, único, diferente a cualquier otra creación comestible de la Naturaleza. Y quien no se haya comido nunca una ostra, de ninguna manera podrá hacerse una idea de lo que quiero decir, hasta que lo haga.


Casi para terminar, Le Petit Prince

Justo al lado de las ostras estaba El Principito, adorado personaje de mi infancia y, diría, de toda mi vida. El Principito y su zorro (suyo, porque lo domesticó, y con ello se entregaron mutuamente el uno al otro). En mi humilde opinión, creo que nadie debería omitir la lectura de este gigantesco pequeño libro, al menos una vez en su vida, por lo que ahora me permito ofrecerles la lectura de un post anterior de La Vida es cuento, en el que contaba mi personal historia con él, y algo más, mucho más importante:



Pero a lo que iba. En este caso, El Principito se trataba del restaurante francés Le Petit Prince, adorable local, como el personaje que le inspira, ubicado en pleno centro de Madrid, y que ofrece a sus visitantes deliciosos platos franceses, como la quiche (un tipo de tarta salada elaborada con huevos batidos y crema de leche fresca, y rellena  con verduras cortadas, y/o productos cárnicos, y que es especialidad de la casa), los rilletes de pato (una especie de paté magro), el paté de aceitunas negras y la tarta tatin (de manzana caramelizada), así como una extensa carta de vinos, incluidos diversos champagnes. Un lugar absolutamente recomendable.


Y como despedida, Sanger

Admito que el champagne esa multitud de cascabelitos que saben reír, es una de mis escasísimas debilidades. Y, curiosamente (a lo mejor por eso), es el vino que menos bebo. Como me pasa con el resto de mis escasísimas debilidades (seguramente sea por eso), con las que me prodigo más bien poco.

A mí me gusta beber champagne sobre todo porque sí. A veces, de vez en cuando, lo bebo por otras razones, resultando entonces, además de placentero, emocionante. Pero esas ocasiones son escasas, como todo lo extraordinariamente bueno.

El momento de beber champagne es como ser engullido por una esfera de matices, sabores, aromas, sensaciones táctiles y sonidos, que llegan a los sentidos en el mismo momento, desde todos lados, como los armónicos de la nota principal de un instrumento musical, pero sin ser nunca la nota principal.

El champagne, por otro lado, es el único vino con el que no tiene sentido pensar cómo armonizarlo. Es el único vino con el que siento que champagne y comida se separan, se despegan para ser disfrutados cada uno por su lado, acompañándose como amigos pero sin fundirse como amantes. Cada uno es y punto. El champagne refresca, limpia, anima, satisface o da que pensar, pero ante todo vive, se desarrolla, evoluciona independientemente del complemento culinario, como una mujer en la madurez de su vida que (a diferencia de un hombre) ya no necesita de un hombre para ser feliz.

Habiendo vuelto, ya para terminar, a la carpa de Champagne Sanger, estaba yo esperando a que el hombre que lo servía en ese momento acabara de llenar la copa de alguien para solicitarle una última copa del mágico rosé, como despedida. Se trataba de Patrick Chène, francés, responsable de CaviarWorld (ubicado justo al lado de Sanger), que estaba echando una mano sustituyendo a la señorita que se ocupaba de esa tarea, durante una ausencia momentánea. En la botella apenas quedaba champagne, lo justo para media copa, pero cuando me iba a servir, apareció repentinamente alguien por mi flanco derecho, me adelantó por la derecha haciéndome un “sorpaso” a la moda, y puso su copa, estirando el brazo, casi debajo de la boca de la botella casi vacía. M. Chène la miró de hito en hito, me miró a mí, yo levanté una ceja indulgente y entonces, elegantemente tranquilo, le sirvió las últimas gotas de champagne rosé a ella.

Pero una historia de champagne no podía acabar así de bruscamente.

Mientras la dama en cuestión se alejaba de la carpa con su cuarto de copa de champagne en la mano, llegó la señorita que se había ausentado, a quien, aprovechándome de que ya me conocía de todas las copas anteriores que me había ofrecido, le pedí la última. Ella, tras comprobar que la botella estaba del todo vacía, abrió otra que extrajo de la champanera y, sonriente, me llenó la copita con burbujitas frescas y nuevas, saltarinas y felices, de Tango Paradoxe Brut Rosé.






LA DESPEDIDA

-Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben reír...
Una vez más dejó oír su risa y luego se puso serio.
-Esta noche ¿sabes? no vengas...
-No te dejaré.
-Pareceré enfermo... Parecerá un poco que me muero... es así. ¡No vale la pena que vengas a ver eso...!
-No te dejaré.
Pero estaba preocupado.
-Te digo esto por la serpiente; no debe morderte. Las serpientes son malas. A veces muerden por gusto...
-He dicho que no te dejaré.
Pero algo lo tranquilizó.
-Bien es verdad que no tienen veneno para la segunda mordedura...
Aquella noche no lo vi ponerse en camino. Cuando le alcancé marchaba con paso rápido y decidido y me dijo solamente:
-¡Ah, estás ahí!
Me cogió de la mano y todavía se atormentó:
-Has hecho mal. Tendrás pena. Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad.
Yo me callaba.
-¿Comprendes? Es demasiado lejos y no puedo llevar este cuerpo que pesa demasiado.
Seguí callado.
-Será como una corteza vieja que se abandona. No son nada tristes las viejas cortezas...
Yo me callaba. El principito perdió un poco de ánimo. Pero hizo un esfuerzo y dijo:
-Será agradable ¿sabes? Yo miraré también las estrellas. Todas serán pozos con roldana herrumbrosa. Todas las estrellas me darán de beber.
Yo me callaba.
-¡Será tan divertido! Tú tendrás quinientos millones de cascabeles y yo quinientos millones de fuentes...
El principito se calló también; estaba llorando.
-Es allí; déjame ir solo.
Se sentó porque tenía miedo. Dijo aún:
-¿Sabes?... mi flor... soy responsable... ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo...
Me senté, ya no podía mantenerme en pie.
-Ahí está... eso es todo...
Vaciló todavía un instante, luego se levantó y dio un paso. Yo no pude moverme.
Un relámpago amarillo centelleó en su tobillo. Quedó un instante inmóvil, sin exhalar un grito. Luego cayó lentamente como cae un árbol, sin hacer el menor ruido a causa de la arena.